viernes, 10 de octubre de 2014

Dicen que la primera impresión es la que cuenta. Y de ello depende mucho nuestra forma de vestir.

Que te contraten en una entrevista para un trabajo formal con chupa de cuero y pinchos es tan poco probable como que te dejen entrar en un restaurante caro en chándal. ¿Y por qué? Porque nuestra indumentaria nos condiciona, mucho en ocasiones.

Según la ropa de una persona, el resto puede deducir a primera vista su estrato social, su nivel económico e incluso sus gustos musicales. Entre los jóvenes es fácil distinguir a quién le gusta el rap, a quién el rock y a quién el reggaeton. Aunque es de sobra sabido que las apariencias engañan, muchas veces nuestro estilo a la hora de vestir nos refleja. Y muchos buscamos eso, reflejar nuestra identidad con un tipo de ropa determinado. Desde esta perspectiva, está claro que nuestra ropa nos identifica socialmente.

Sin embargo, ya no es tan fácil encasillar a una persona en un estilo concreto. Como dice Sandra Milena Henao Melchor en “La indumentaria como identificador social: un acercamiento a las culturas juveniles”, ni las culturas juveniles se salvan de la hibridación. Y esto significa lo siguiente: Cada vez vemos mayor número de estilos. Existe gente que sigue la moda imperante, gente que busca contradecirla y gente que simplemente se pone lo que le gusta sin importarle si la sigue o no. Ahora podemos ver a cualquier chico por la calle con pantalones pitillo, zapatillas Converse y sudadera. No podríamos encasillarlo en un solo estrato social.

Por este lado podríamos decir que a cada generación que avanza, se está perdiendo un poco más ese sentido de utilizar la ropa como identificador social, ya que hemos llegado a tal punto de diversidad cultural y de querer diferenciarnos unos de otros, que poco importa si nuestro pantalón es de marca o no.

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