Que te contraten en una entrevista para
un trabajo formal con chupa de cuero y pinchos es tan poco probable
como que te dejen entrar en un restaurante caro en chándal. ¿Y por
qué? Porque nuestra indumentaria nos condiciona, mucho en ocasiones.
Según la ropa de una persona, el resto
puede deducir a primera vista su estrato social, su nivel económico
e incluso sus gustos musicales. Entre los jóvenes es fácil
distinguir a quién le gusta el rap, a quién el rock y a quién el
reggaeton. Aunque es de sobra sabido que las apariencias engañan,
muchas veces nuestro estilo a la hora de vestir nos refleja. Y muchos
buscamos eso, reflejar nuestra identidad con un tipo de ropa
determinado. Desde esta perspectiva, está claro que nuestra ropa nos
identifica socialmente.
Sin embargo, ya no es tan fácil
encasillar a una persona en un estilo concreto. Como dice Sandra
Milena Henao Melchor en “La indumentaria
como identificador social: un acercamiento a las culturas juveniles”,
ni las culturas juveniles
se salvan de la hibridación. Y esto significa lo siguiente: Cada vez
vemos mayor número de estilos. Existe gente que sigue la moda
imperante, gente que busca contradecirla y gente que simplemente se
pone lo que le gusta sin importarle si la sigue o no. Ahora podemos
ver a cualquier chico por la calle con pantalones pitillo, zapatillas
Converse y sudadera. No podríamos encasillarlo en un solo estrato
social.
Por
este lado podríamos decir que a cada generación que avanza, se está
perdiendo un poco más ese sentido de utilizar la ropa como
identificador social, ya que hemos llegado a tal punto de diversidad
cultural y de querer diferenciarnos unos de otros, que poco importa
si nuestro pantalón es de marca o no.
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