Una obra de arte que me encanta, después de las
tostadas con Nocilla, es este cuadro.
Desconozco su nombre original, ya que proviene de un
mercado de Picassent (Valencia) donde me enamoré a primera vista y
no pude evitar comprarlo. Lo único que se conoce es el nombre del
autor, Aleix, y el año de su realización, 2004, ambos escritos en
la esquina inferior derecha del cuadro. Está pintado con ceras de
tonos en su mayoría fríos sobre una superficie de madera pintada de
blanco.
Lo que me gusta de esta obra es la mezcla de colores
y cómo se han distribuido. También el movimiento sosegado que
proporcionan las líneas curvas, presentes en todo el cuadro. Aunque
nunca he sabido qué representa exactamente, a mi parecer son una
especie de hongos azules colocados de manera verticalmente opuesta,
tomando las formas del centro como los troncos y las formas de arriba
y abajo como los sombreros vistos desde dentro. La primera vez que
una amiga mía vio el cuadro, dijo sin pensarlo dos veces que se
trataba de dos calabazas puestas del revés. Tampoco le quité la
razón.
Los tonos granates y oscuros de la parte izquierda
me hacen pensar en la profundidad y la importancia que le damos a las
cosas, sobre todo a los problemas, casi siempre absurdos. Sin
embargo, si miro los colores amarillos, morados y blancos de la
derecha vuelvo a mi realidad, que es la de que hay solución para
todo. O eso intento creer.
Actualmente el cuadro se encuentra en la pared mi
habitación y me aporta serenidad, la que muchas veces me falta. Este
tipo de arte ambiguo, que transmite algo para bien o para mal, que
parece haber sido creado por casualidad, es el tipo de arte del que
me gusta rodearme, ya se trate de cuadros, música, libros o la vida en general.