sábado, 27 de septiembre de 2014


Una obra de arte que me encanta, después de las tostadas con Nocilla, es este cuadro.



Desconozco su nombre original, ya que proviene de un mercado de Picassent (Valencia) donde me enamoré a primera vista y no pude evitar comprarlo. Lo único que se conoce es el nombre del autor, Aleix, y el año de su realización, 2004, ambos escritos en la esquina inferior derecha del cuadro. Está pintado con ceras de tonos en su mayoría fríos sobre una superficie de madera pintada de blanco.



Lo que me gusta de esta obra es la mezcla de colores y cómo se han distribuido. También el movimiento sosegado que proporcionan las líneas curvas, presentes en todo el cuadro. Aunque nunca he sabido qué representa exactamente, a mi parecer son una especie de hongos azules colocados de manera verticalmente opuesta, tomando las formas del centro como los troncos y las formas de arriba y abajo como los sombreros vistos desde dentro. La primera vez que una amiga mía vio el cuadro, dijo sin pensarlo dos veces que se trataba de dos calabazas puestas del revés. Tampoco le quité la razón.



Los tonos granates y oscuros de la parte izquierda me hacen pensar en la profundidad y la importancia que le damos a las cosas, sobre todo a los problemas, casi siempre absurdos. Sin embargo, si miro los colores amarillos, morados y blancos de la derecha vuelvo a mi realidad, que es la de que hay solución para todo. O eso intento creer.



Actualmente el cuadro se encuentra en la pared mi habitación y me aporta serenidad, la que muchas veces me falta. Este tipo de arte ambiguo, que transmite algo para bien o para mal, que parece haber sido creado por casualidad, es el tipo de arte del que me gusta rodearme, ya se trate de cuadros, música, libros o la vida en general.